Dios es una idea nacida en nuestro cerebro y, como tal, es algo racional. No se ha de contraponer a razón sino a vacío. No se contrapone a cerebro sino a las limitaciones que a este le son propias. El concepto de Dios es lo más humano que existe, porque surge del ser humano para completar su discurso, su cosmovisión y la interpretación que hace de su propia existencia. No es que Dios surja del ser humano (me temo que es más bien al revés) sino que el concepto de una deidad, un absoluto que nos trasciende, es humano. Surge de tomar conciencia de nuestra propia limitación y de encararla de modo positivo.
El infinito no existe. El infinito es el nombre que ponemos a aquello que no entendemos, porque nuestro cerebro no da para más. Creo que la creencia en el infinito, incluso la creencia matemática, es creencia en Dios, porque es lo mismo: aquello que existe más allá de nuestros límites.
Los que no creen, tienen un abanico enorme de motivos, pero todos son reactivos, es decir, destruyen verbal e intelectualmente un hecho -cuya existencia niegan- que presuponen. Pocos te niegan la existencia de una energía creadora, de un logos, de “algo más”, de una transformación de la vida –la energía no se crea ni se destruye; se trasforma-, por lo que no podemos afirmar que no crean como algo general y absoluto. No creen pero no creen en algo concreto, niegan un Dios, por lo que creo que todos podemos afirmar no ser creyentes en la medida en la que no creemos en lo que no creemos. Pero eso implica ser creyente: no creo en esto porque creo en esto otro. Puedes estar en contra de la religión católica, de los curas, de la inquisición, de Caritas, de las Misiones, del Antiguo Testamento, del sexto mandamiento, de lo que sea. Pero eso poco tiene que ver con negar la existencia de Dios.
No creer es respetable, pero la militancia anti-Dios es algo cavernícola. El laicismo no es neutral, el laicismo no pretende que el estado sea aconfesional y se separe estado e iglesia, eso ya está ganado. El laicismo no solo lucha contra las religiones, sino que lucha contra Dios y contra sus manifestaciones, las quiere eliminar, quiere que la fe sea algo que se lleve a cabo en secreto, como si fuera algo malo, es decir, el laicismo es una ideología, es una confesión más, que consiste en este caso en aniquilar la idea de Dios. El laicismo tiene creyentes entregados, que salen en procesión y -como los conversos- no pierden ocasión de mostrar su fe en público para ganar el beneplácito del resto.
La militancia anti-Dios no trae luz sino tiniebla, oscuridad medieval. Negar a Dios es una opción personal, pero combatirle no libera, sino que condena, te atrapa en tus límites, en tus prejuicios. Hay que llegar a Dios a través de la razón. Negarlo en nombre de la razón es como ser nacionalista pero de tu propio cuerpo, es decir, negar la espiritualidad que nos hace humanos para encerrarte en tus fronteras físicas. Estoy hablando de espiritualidad, de trascendencia, de infinito, de amor, no de una religión concreta. La religión como sistema me parece algo inválido y la religión social lo es más. La religión debería de ser una relación íntima e individual de una persona, de un individuo con Dios. La religión, como la poesía, solo se torna social cuando se le termina el talento.
Creer en Dios, en un Dios, en una idea de Dios, en una idea del bien, en un final feliz, implica ser humilde y saber que no todo acaba contigo. Esa creencia te lleva a vivir con alegría, con luz y con una paz interior que viene directamente del optimismo que da el hecho de sentirte querido. Creer en Dios es creer en los demás, es creer en ti mismo y es creer en tu papel en el mundo. Creer es trascender. Se puede trascender a través de Dios y a través de sus manifestaciones: el arte, la ciencia, la belleza, el sexo, la filosofía y, sobre todo, a través de ti mismo y de tu obra vital. Porque Dios es un mito del lenguaje. Yo tampoco creo en el Dios en el que no creen los que no creen. La diferencia es que me temo que Dios es solo una manera de llamarte a ti mismo cuando cierras los ojos.