Helen escuchaba constantemente la Sonata No. 8 de Beethoven, la “Patética”; esa era la banda sonora de mi vida junto a ella. La “Patética” para desayunar, la “Patética” para llorar, la “Patética” para reír o para dormir. La aprendí de memoria de tanto sentirla, caminando Londres. Y tras diseccionar la “Patética” con suerte de cirujano, decidí subtitular la partitura para encontrar exactamente los temas y poner su nombre a mi libro. El mundo destacaría la unificación temática de la obra a partir de una célula cíclica, que aparece en todas las secciones: el núcleo temático del Grave se reproduciría en el Allegro, y el segundo tema del Allegro sería una amplificación del Grave, que también es la base para el final de la melodía del Adagio cantabile y para el tema principal del Rondó.
Así fue como supe lo que Pathetic iba a ser: un libro compuesto por una serie de relatos cortos ordenados en tres partes que aludirían a los tres movimientos de la sonata. La primera parte “Grave; allegro molto e con brio”; la segundo “Adagio cantabile» y la tercera “Rondó; allegro”. El objetivo era conseguir en el lector los mismos sentimientos que lograba Beethoven en su sonata y con la misma secuencia, poner un tormento donde él puso un tormento, una alegría donde él intentó una alegría, un silencio breve donde el sordo comenzaba a sentirlo eterno; traducir -de alguna manera- la sonata en libro, la música en literatura. O, mejor planteado, que la sonata fuera la banda sonora de mi obra. Homenajear -robar- a Beethoven a la vista de todo el mundo y que nadie se diera cuenta. Casi nada.
Así, mi obra avanzaba en paralelo; el primer movimiento empieza con una introducción de sentimientos de dolor y de tristeza que calificaría como inesperados. Beethoven sucumbe a un dolor que no se esperaba, está desacompasado, no encuentra su eje. Ese dolor y esa tristeza se matizan y, de algún modo, se serenan a través de momentos de luz. Quizá rayos de esperanza. Ligado a esa introducción, aparece el Allegro molto e con brio, con un comienzo tormentoso, violento y apasionado, como un llanto dramático, solitario y terrible que Beethoven parece querer abandonar a toda costa, fracasando en el intento como yo fracasé. El dolor entonces vuelve, un dolor que atormenta y que se lleva todo, no dejando atrás nada mas que cicatrices. Hay una dicotomía entre las ganas desesperadas de alegría y la realidad del dolor desesperado, de los recuerdos, de la realidad aséptica y fría. El dolor puede llegar a olvidarse; quizá las cicatrices jamás. Este primer tema se contrapone a otro más melódico y expresivo. El tema de la introducción aparece nuevamente después, como aparece en mi obra.
Se muestran muchas dificultades para seguir adelante por parte del autor, que -como un niño- finge no tener miedo pero que está aterrado. Querer seguir pero no saber a dónde tampoco me resultaba difícil de comprender. Un relato acerca del silencio. Parecía mi vida. Nuevas decaídas seguidas de nerviosismo, de desenfreno, de justificaciones, de rapidez desmedida, de noches y de los arrepentimientos que traen consigo. Lucha con un superyo que hace que parezca que todo va bien, pero nuevamente el tema del Grave antes de la coda final; por dentro solo hay cambios bruscos a lo de antes, a los ataques, a los latigazos. Si por algo se caracteriza este movimiento es por ser concentrado, extenso y complejo. Yo. Hay una gran decepción, incluso fragilidad. Silencio, lágrimas, dolor contenido. Recuerdo del dolor, recuerdo de Martha. De nuevo tristeza pero cada vez más silencio. Beethoven enfatiza luego las conclusiones, pero ya mucho mas calmado. Ultima explicación y fin.
El segundo movimiento, sin embargo, daría lugar a relatos de una belleza sosegada y de una suavidad simple pero técnicamente compleja. Debía contener un himno solemne, una tarde con rayos de sol, cuando aparentemente ya lo has superado por fuera pero por dentro no eres el mismo y el dolor, en su constante metamorfosis, se ha convertido en arrugas. Sosegada belleza y suavidad. Es una victoria si el recuerdo pudiera ganar al dolor. La soledad de un artista que busca la belleza y el mar y los cánones. Una nana. En eso estábamos Helen y yo.
El tercer movimiento, el futuro, sería como dijo Beethoven que sería: rico en inventiva y delicadeza, aunque de carga emocional inferior a la de los dos intensos movimientos anteriores. Sentimientos fingidos. Vacíos incluso. Solo forma. Precipitado. Nunca entendí este tercer movimiento y sabía que me daría problemas, pero como en la vida, los problemas de la literatura se ganan por K.O., nunca a los puntos. Si mi vida era escuchar la “Patética” y la “Patética” era en realidad mi vida, solo tenía que observar y poner palabras a la banda sonora del maestro. Y dar palos de ciego junto al sordo. (Sigue)