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Shoreditch es un infierno de idiotas que quieren parecer publicistas. Las fiestas para artistas resultan desamparo para escritores, así que acabábamos jodiéndonos a nosotros mismos, como suele pasar cuando disparas al odio sin apuntar al centro de la diana. A pesar de ello, Henry y yo éramos felices como larvas de gusanos naciendo cada noche entre la niebla congelada de Hoxton, dispuestos a pudrirlo todo sólo con nuestra presencia. Íbamos a ver a los hipsters como las pijas de Essex van a ver a los gorilas al zoo de Regents’ Park, con la diferencia de que los gorilas se despiojaban más a menudo  y que nosotros siempre perdíamos el duelo de miradas, presos de la carcajada. Yo me imaginaba que era el Morrissey de la época de Suffer Little Children y Henry se hacía pasar por un artista subnormal, lo que a decir verdad tampoco distaba demasiado de la realidad. Henry estaba convencido de que podíamos engañar a la famélica legión de los bares de Old Street inventándonos la historia de su discapacidad y así llenar páginas de suplementos culturales, copar los titulares, ser tendencia, convertirnos en moda, abanderar el arte más inmaculado, la pulsión pura, el lenguaje disgregado de un deficiente mental, el mundo visto a través de un artista que iba para genio pero al que el sufrimiento fetal y una madre alcohólica privaron de quién sabe qué y ese tipo de cosas. No era muy diferente que exponer a un niño con tres patas en una jaula del circo o que hacer una portada para un disco de Pulp. Nos parecía que, ante la decadencia intelectual de este Londres de principios de siglo, con esa historia podría llegar a tener miles de seguidores más deficientes aún que él. No tardamos en lograrlo.

La realidad es que Hackney te quita la soberbia en cuanto te pones a escribir en la realidad del fin de semana que los modernos llenan de conversaciones tediosas. Si entras en los niveles de la calle, parecerás tonto, porque la vulgaridad, cuando va a toda velocidad, solo es cómoda para los mediocres. Henry debe abandonar esa pose de turista que le posee cuando sale de Battersea y huir de toda compañía que no sea la de otro escritor. Por eso queda conmigo. Es necesaria la influencia del estilo de vida de escritores ortodoxos, clásicos, atormentados. De vida aburrida y excesiva. La escritura es un oficio reaccionario, ya está hecho, no hay nada que inventar. Para inventar ya están los demás. Cuando escribimos, habitamos un mundo que antes habitaron Joyce, Faulkner, Hemingway o Capote. El universo de un escritor es compartido por todos los escritores de todos los tiempos. No hay evolución, es algo ancestral y debe seguir siéndolo. Por ello, lo mejor que puedes hacer cuando quieras ser vanguardista o estés tentado a usar la palabra underground en Shoreditch es leer de nuevo a los grandes para pedirles perdón y prometerles borrarlo todo. Si bien nadie lo entenderá, al menos no harás el ridículo, querido Henry. A pesar de todo, sé que los grandes estarían orgullosos de los dos. Henry escribe para agradar a Scott Fitzgerald, para decepcionar a su padre y para escandalizar a su madre. Yo, en cambio, escribo esta cosa patética para que cuando el resto me lean sepan que jamás podrán llegarme a la suela de los zapatos. Yo escribo cuando estoy inspirado. Ellos, en cambio, tienen todo el día, sus escaletas, sus normas, su modo estandarizado de no hacer nada. Son deportistas de las letras, y por eso escriben tan mal. Da igual, aunque escribieran mejor que Víctor Hugo, no son escritores. Yo sería más escritor que ellos aunque no supiera escribir. Sería más escritor que ellos aún siendo analfabeto, sordomudo o manco porque ser escritor es mucho más que dedicarse a escribir. Ser escritor es fundamentalmente no escribir y bajar al pub a notar cómo se fragua todo en tu interior. Aquí hace un calor horrible y yo estoy muerto de frío. Un frío que me lame las vísceras por dentro, y que me hace rezar para que alguien venga a interrumpirme, para poder echarle la culpa por no escribir hoy. Preferiblemente Martha.

Martha, my dear, me tomaba en serio, pero no lo suficiente. Por ello, más a menudo de lo que me gustaría la venía bien que la abandonara para que empezara a respetarme y viera que escribir no se limita a mantener la pose de venganza en las entrevistas y que estar con un escritor no es exactamente lo mismo que pasear a un bulldog por Mayfair, aunque en ocasiones pueda parecerlo. La semana pasada intentó suicidarse de nuevo, se ve que le llegó el gran vacío, pero otra vez todo era falso. Nunca se suicidará porque no siente culpa y sin culpa la melancolía se acaba pasando y así no hay quien cojones apriete el gatillo. Martha cambiaba de personalidad cada poco tiempo, como un camaleón sin necesidad de camuflaje que lo llena todo con su presencia, y a cada cambio de personalidad le correspondía cambio de look y de amante. Cuando le dejaban tirada, volvía conmigo con la boca abierta y vacía, para que se la llenara de nuevo, como un pajarillo en el nido. Esa era su manera de volver a casa. Supongo que con esta nueva huida finge ser una mujer liberada, una mujer peligrosa. Quizá una mujer muerta. Creo que estar con un escritor desprende una imagen que no le viene bien para completar la suya. Amor=deseo=falta. Esto es así, y antes de ser la puta en la que se está convirtiendo fue otras muchas cosas, pero después de mí, si sigue viva, casi seguro que será puta de nuevo, porque el papel no se le da mal y las putas, al igual que los escritores y los terroristas, no se reinsertan.

En el roof del Red Lion trabajaba Oliver, uno de esos que se iban a comer el mundo al salir de España. Le tocaba fingir en casa, y luego volverse a Stansted, de ahí a Liverpool Street, hasta salir de nuevo a la realidad de zona 4 y cambiarse el uniforme con el que posó para Mondosonoro en Madrid por el de chacha de ingleses, chapero de indios y de todo el imperio que los parió, que es a lo que se ha acostumbrado. Sin mucho esfuerzo, por cierto. A Oliver lo que le jodía no era servir, sino servir en España. Hacerlo fuera nunca ha supuesto para él ningún problema porque no es lo mismo poner ribeiros en Betanzos que estar en contacto con las últimas tendencias de Londres nada más y nada menos que en el Red Lion de Shoreditch. Cuando se fue, echó la culpa a España de no entenderle. Ni su talento, ni su arte. “¿Cómo me van a entender en este país de mierda, lleno de imbéciles y de analfabetos?”. Iba a ser llegar a Londres y triunfar rápido, estaba seguro. “Inglaterra al fin y al cabo es un país lleno de oportunidades y es la cuna de la cultura, allí se respeta al artista, allí sí que sí”. Pero al final, no que no. Ni Londres ni nadie por encima del paralelo 42 entendieron su arte, así que le condenaron a lo de siempre: a trabajar, a joderse, a llorar el half-day de los sábados, el off-day los domingos y a currar de nuevo los lunes, que en Gran Bretaña son igual de jodidos que en La Coruña, pero sin ningún paraíso al que huir.

La realidad es que ésta es una puta mierda de ciudad hecha para artistas, para modernos y para drogadictos. Todos tienen un sueño, pero por cada uno que lo logra, fracasan mil. En cualquier caso, ésta es una ciudad de fracasados y para fracasados. Madrid recoge fracaso del resto de España, pero Londres recoge fracaso de Madrid. Es la Champions League del fracaso. Cada año, miles se integran en el sistema y los ves por Covent Garden como zombies pre-holocausto. Adiós al sueño del West End. Adiós al Ballet Nacional. Britain’s Got Talent recibe con un aplauso a otros miles de jóvenes que vienen como Oliver, de reemplazo, desde cualquier parte del mundo con su arrogancia, sus modas y sus costumbres vulgares.

Yo en realidad quería salir de Londres e irme al campo a escribir, pero necesitaba actores secundarios por si aparecía Martha. Los actores secundarios me provocaban llamadas a deshora, me dejaban espacio para irme de borrachera los lunes y me permitían enclaustrarme el fin de semana mientras estaban entretenidos en sus cosas de Shoreditch twats.  Pero éste no era el mejor de los tiempos, como tampoco lo era en Historia De Dos Ciudades. La desesperación, cuando es tranquila, no es preocupante. Cuando convives con la amargura, te vuelves mudo ante la desgracia, que acaba yéndose por aburrimiento. Cuando te das cuenta de que no posees nada, cuando asumes de verdad y sin activismo que toda esta parafernalia londinense es prestada y que ni siquiera la muerte es lo que parece y miras a los ojos al dolor, te vuelves ganador. Nadie puede ganar a quien reniega de la lucha.

Ahora que Helen estaba preparando por aquí la expo de Allegra Pacheco, los domingos íbamos a la iglesia de St. Leonard, para tocar los cojones y para demostrar que éramos libres. Para ser libre hay que tener opciones y a pesar de lo que la gente cree, las opciones no las trae la cultura ni la formación, sino la inteligencia, es decir, la genética, por eso teníamos todas las de perder. Cuando no puedes crecer, la única salida posible es tirar de la mano hacia abajo y traer al mundo al suelo. Cuando la dignidad te impide alzarte, la solución es llevarlo todo a lo más hondo y empezar desde ahí. No hay mayor marxismo que ser rico. Nunca tienes el poder, es el poder el que te tiene a ti y a la salida de la misa indie, el poder nos ponía al día de la vida nocturna y así nos enterábamos que Mary se follaba a Samantha que se había follado a Louise, que se estaba follando a Peter, que se follaba a Rose que a su vez se follaba a Robert, que se follaba a Belén, que se follaba a Martin, que en ese momento se estaba follando a Bill, el que se follaba a Monica cuando se estaba follando a Albert antes de que se follara a Sara y de que Hudson se follara a Beatriz, que se estaba follando a David, que a su vez se follaba a Jack, que follaba a menudo con Sandra, que se estaba follando a Andrew cuando se follaba a veces a Mike, que se follaba a Mia, que se follaba también a Alfred y a su hermano, que se estaba follando a Elizabeth cuando ella se follaba a Nicholas, y este a Gabriel, a Paul, a su esposa y la chacha, que se follaba a Angie, a Sebastian y a Lola, que se estaba follando ya por entonces a Bob y Bob al bajista de David Bowie y a todos se nos caía la cara de vergüenza por el olor a sexo, a drogas de diseño, a vómitos y a fracaso que vertíamos a este mundo muerto. (Sigue)

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