Dice Arrimadas que, en Castilla y León, «va a cumplir sus acuerdos, como siempre», lo cual quiere decir que los va a cumplir como en Murcia o en Madrid, es decir, que no los va a cumplir. Pretende, así, ratificar el pacto de su partido con Mañueco, lo cual, visto lo visto, es el primer paso para ver a Tudanca en el Palacio de la Asunción, que Inés no sabe ni lo que es.

En realidad, cuando dice que va a cumplir el pacto, quiere decir que no sabe si va a cumplir o no, que no tiene ni idea, que depende, que qué pactos y que dónde queda eso de Castilla y León. Es lo que pasa cuando te comprometes a cosas que no están en tu mano, algo poco castellano. Si viniera, lo aprendería. La realidad es que Arrimadas ya no está en condiciones de garantizar nada.

A través de ella, España ha descubierto que la política profesional no es un curso de debate y que aquella ‘masterclass’ de lenguaje no verbal está muy bien para el erasmus en Niza, pero que hace falta más. Por ejemplo, un secretario de organización con más pinta de dóberman que de dependiente de El Ganso. Si no puedes controlar el partido, no tienes partido y, a poco que los procuradores de Ciudadanos piensen, se darán cuenta de que en el momento en el que salven a Mañueco, ya no valen nada y Génova dará la orden de cesarles como pago a las declaraciones de sus jefas, tanto la de León, como la de Jerez. 

Votando con Tudanca al menos se podrían asegurar dos añitos en la política como procuradores no adscritos, a lo Presencio. O eso creen, porque Roma no paga a traidores y en cuanto se aprueben los presupuestos se irán también a sus casas. Y de ahí, vaya usted a saber a dónde, porque por muy bueno que seas, después de formar parte como tránsfuga de un gobierno de Tudanca con Podemos, UPL y un señor de Ávila, lo raro sería que el PP no gobernara aquí otros cuarenta años.

Esta oferta de transfuguismo que el PSOE hace a los procuradores de Ciudadanos es lo que Ana Sánchez llama «comprar diputados para tumbar gobiernos», tildándose a sí mismos de corruptos y de mafia, según he creído entenderla. Recordemos que la diferencia entre una moción de censura legítima y una ilegítima depende de si le viene bien al PSOE o no. Si le viene bien, todo es legítimo, democrático y regenerador porque el PSOE no compra voluntades, genera reflexiones honestas, convirtiendo los tránsfugas en héroes, como San Pablo tras ver la luz cegadora de la Verdad. Ana está a punto de llamar tránsfugas a los votantes que osen darles una patada en el culo tras esta moción impresentable, que, me temo, no serán pocos. 

Papel difícil el de Ciudadanos. Si votan con el PP, podrían estar sellando su fin. No en balde, su ‘lideresa’, Gemma Villarroel ha declarado que ellos son «el enemigo a batir» por lo que está habilitando que «el enemigo» los mande en cuanto pueda a donde se suele mandar a los enemigos. Con socios así, ¿quién necesita rivales? Villarroel los ha acusado de llevar a cabo un «acto de corrupción política y ética perpetrado en vivo y en directo». Se entiende perfectamente, por lo tanto, su defensa férrea del pacto con el PP. Pero, sobre todo, se entiende que, si permanecer fiel al acuerdo en Murcia es una vergüenza, la consecuencia sea ordenar lo mismo aquí. Todo claro, Gemma. Vamos, Ciudadanos.

Es una pena que el cesarismo de Rivera y de Arrimadas haya llevado a Ciudadanos a su autodestrucción. Tenía razón Igea desde el principio, pero no hay nada peor que tener razón antes de tiempo. No sabemos qué nos deparará la primavera, pero mucho me temo que, si la moción de Murcia fracasa y Ciudadanos se queda fuera de la Asamblea de Madrid, no todos ofrecerán mansamente el pescuezo para el descabello en el cadalso del V Centenario. Alguno sacará la casta, que la tiene. Conviene, eso sí, que llegue vivo a San Isidro.

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 18 de marzo de 2021. Disponible haciendo clic aquí).