Aunque los últimos ‘éxitos’ en sus apariciones públicas pudieran dar a entender lo contrario, James W. no solo no había perdido su íntimo deseo de morir, sino que cada vez lo sentía de modo más intenso. Todo lo que estaba haciendo tenía como único objetivo citar a la guadaña como si fuera un recortador bailando de puntillas en el centro de una plaza de toros. Es sabido que toda pulsión es de muerte, por lo que sus acciones suicidas eran, en realidad, puro goce freudiano. El dolor que le provocaban le hacía feliz hasta el punto de dar un sentido holístico a su existencia, como una verdad revelada. Era un yonqui del dolor, un adicto al desprecio y cada ‘performance’ le hacía morir poco a poco. Pero, paradójicamente, eso le daba vida y aquella primavera se había convertido ya en una explosión de gladiolos y de jilgueros. Nada le provocaba tanto placer como generar esos escándalos y mirar la cultura tan de cerca que la comenzara a ver borrosa. ¡Qué feliz le hacía perder el respeto a la muerte! ¡Qué liberador entregarse por completo al miedo!

El mártir se hace leyenda

A pesar de todo, era extraño que todo le saliera bien teniendo, como único objetivo, exactamente lo contrario, es decir, que le dieran una paliza que le mandara al otro barrio o un linchamiento que le convirtiera en mártir y en leyenda. Necesitaba pensar sobre lo sucedido. Y se enteró por la radio que precisamente ese día era la jornada de reflexión, por lo que no se lo pensó demasiado y se fue a reflexionar a la puerta de su colegio electoral, como queriendo invocar a los duendes de la democracia ateniense para llegar a una conclusión preclara que le marcara los siguientes pasos. Cuando llegó a ese Centro Cívico sacó de su mochila una sábana rota, pero lo hizo con cierto aire aristocrático que despistó a los presentes. Y, acto seguido, un ‘spray’ rojo de grafitero que generó una especie de disonancia cognitiva, porque ya me dirán qué aristocracia hay en el gamberrismo callejero. En apenas unos segundos, convirtió esa sabana bajera en pancarta y escribió muy lentamente: «No moleste, señora, que algunos estamos reflexionando». E hizo un círculo alrededor colocando velas de diferentes formas e inciensos de diferentes olores, formando un aura mística con mas humo que un concierto de Iron Maiden y que olía como el Zara Home un sábado a la hora de cierre. En medio de aquella humareda dulzona, James W. se sentó sobre un cojín, cruzó las piernas, unió las yemas de sus dedos pulgar y corazón, cerró los ojos y, simplemente, dejó que su cabeza fluyera. 

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Era extraño que todo le saliera bien teniendo, como único objetivo, exactamente lo contrario

Cuando hora y media después volvió a abrirlos, sin ninguna conclusión clara, porque tenía mucho sueño, vio sorprendido cómo ese círculo de velas se había llenado de gente sosteniéndolas y en postura idéntica a la suya. Para su sorpresa, decenas de personas sostenían pancartas hechas de sábanas donde se podía leer el mismo mensaje. «No moleste, señora, que algunos estamos reflexionando».

Y llegaron más y más, como en un fuego de campamento sincrético y silencioso que quería reivindicar la jornada de reflexión como culmen del ‘mindfulness’ y, sobre todo, la meditación sin objeto. Les parecía mal que se reflexionara para algo concreto y más si ese ‘algo’ era un programa político. Ellos querían meditar ‘per se’, a cambio de nada, sin dejarse utilizar por los partidos ni poner su alma a disposición de las urnas. Y cosas así. Poco a poco, el incienso dejó paso al hachís y las velas a las cachimbas. La mañana dejó paso a la tarde y esta, a su vez, a la noche. Y ya, al alba, con más THC que conclusiones, un señor dijo que se iba porque ya había reflexionado acerca de todo.

Te ha tocado

En realidad, la jornada de reflexión había terminado y el colegio electoral iba a abrir, por lo que no tardó en llegar la Policía. Disolvieron aquel aquelarre sin mayores problemas y, cuando pidieron la documentación a James W. vieron que era la persona a la que estaban buscando como primer suplente del segundo vocal. James W. sintió como pasaba de las musas al teatro, cómo la persona se comía al personaje y entró a la mesa escoltado a la vez por la Policía Nacional y por un enorme tufo a quiropráctico. Y pasó el día con los ojos como platos, tachando nombres de una lista, respondiendo a una periodista sus preguntas sobre el votante más madrugador, sobre el grupo de monjitas de cada año y, sobre todo, reflexionando largo y tendido sobre lo importante que es estar en paz con el buzón de notificaciones administrativas antes de con uno mismo. O, dicho de otro modo, lo conveniente que resulta cumplir con el funcionario antes que con Brahma. (Continuará)

(Este texto forma parte de la serie ‘Todas las muertes de James W.’, publicado en ABC Cultural el 27 de mayo de 2023. Disponible haciendo clic aquí).