
«Si el siglo XIX es una invención de Balzac, la ‘Movida’ es una invención de Umbral. No, no se ría, caballero, no es un modo de hablar, fue Umbral el que bautizó con la palabra ‘Movida’ a aquel movimiento que se estaba dando en Madrid y que él pudo observar en primera persona. Porque Umbral, por entonces, contaba en sus columnas lo que veía en el metro y lo que pasaba en Vallecas. Contaba a los yonquis, a los travestis, a los maricas, a los punkis y a los de los pelos de colores. Pero no solo es que lo viera: de algún modo lo moldeó, porque poner el ojo en algunas cosas implica no ponerlo en otras. Y esas cosas en las que decidió centrar su atención para poder contarlo son las que han trascendido». El camarero giraba la cabeza para mirar a James W. mientras servía una caña de cerveza al cliente de enfrente. Le miraba con una mezcla de curiosidad y de hartazgo, como si estuviera aguantando el discurso de un pesado que, a pesar de todo, le resultaba interesante.
«Si algo necesitamos hoy es una nueva ‘Movida’, un renacer contracultural que marque para siempre una fecha en la historia, un antes y un después en la sociedad, un nuevo despertar, un nuevo despertar…». James W. paró en seco la frase a la altura de ‘nuevo despertar’ y se quedó inmóvil, como dormido, mirando fijamente un punto fijo en aquel bar de Carabanchel. Estaba imaginando una nueva generación, una mezcla entre el 98 y el 80, un híbrido entre el 27 y el 68. «Una nueva generación perdida. ¡Claro!», dijo, como quien dice ‘Eureka’. Dejó el dinero sobre la barra y salió a la calle como un Arquímedes de extrarradio, a ver qué se encontraba en aquella mañana de junio.
El barrio de Comillas era un aparente remanso de paz, un poblachón populoso con mujeres que hacían la compra, jubilados que daban paseos concéntricos y taxistas que esperaban clientes despistados a la salida del metro. Pero, tras esa primera capa luminosa de la mañana, llegó la segunda capa, la de la tarde. Y ahí se podía ver la droga pasando de mano en mano, los yonkis entre los arbustos, los okupas peleándose y los cabecillas de las bandas latinas intentado dominarlos a todos ellos. James W. se fue entonces al epicentro de aquel pequeño caos y en el parque de Comillas encontró una fuente. Y a su lado un banco. Se sentó y simplemente observó mientras esperaba una iluminación que le dictara los siguientes pasos.
Cuando volvió a levantar la vista se encontró con tres jóvenes cantando rap, uno grabando bases y otro fumándolas. Había más allá dos reggeatoneros, un punki, un chico y una chica haciéndose fotos con el móvil, otro grabando vídeos y, tras la fuente, un grafitero destrozando la poca belleza que quedaba en ese lugar. Y en el centro de ese ecosistema, él, James W. tomando notas como el retratista de un concurso de pintura rápida.
Y, como en el ‘Speakers’ Corner’ de Hyde Park, se subió encima del banco para dar un discurso seminal e iniciático que sonara como el pebetero de los Juegos Olímpicos cuando, por fin, se incendia. Y habló: «Amigos, os llevo observando un rato y puedo decir que sois la única llama, la única esperanza que nos queda. Vuestra apatía es arte, vuestra abulia no es criticable porque no es un estado anterior al del artista sino posterior a él, sois un estadio más evolucionado, no es que no hayáis llegado al arte sino lo que lo habéis sobrepasado, sois el postartista, el ‘homo cansadus’. Pero vuestro cansancio no es el resultado de haber hecho mucho, no. No es un punto de destino sino de salida. Vuestro cansancio es herencia, es una losa, una lapa adosada en la placenta que os protegió de niños; estáis cansados de todos los esfuerzos que laten en vuestra sangre. Vuestro hastío es genético. Sois los herederos, los resultantes de la sabiduría y de los fracasos previos, como si fueran otros los que han hecho la marathón y os hubieran dejado solo el desaliento, la respiración que no encuentra oxígeno y el dolor. Y ahí estáis, recuperándoos para eclosionar de nuevo. Y vais a eclosionar, creedme, porque sois los elegidos de esta nueva movida». Los chavales le miraban con curiosidad porque no parecía un loco más. Lo que decía sonaba bien. Y se acercaron a su alrededor como las palomas cuando tiras pan.
Repartir papeles
Y de pie, sobre aquel banco, como Jesucristo eligiendo discípulos, comenzó a repartir papeles: «Tú, la de la cámara, serás mi Ouka Lele. Y tu amigo, el fotógrafo, García-Alix. La que pasea será Agatha Ruiz de la Prada y los de las bases serán Radio Futura. Los raperos serán Mecano, los reggeatoneros Kaka Deluxe, con Alaska a la cabeza. El punki es Ramoncín, el de los vídeos Almodóvar y tú, el grafitero, Ceesepe. Y a mi me toca contarlo, yo seré vuestro Umbral. Confiad en mí, vuestra es la gloria. Liberaos de todo, del trabajo, del arte, de vuestra madre. Sois la rebeldía, la desesperación, la épica sin épica. No queremos ideales, ni puños en alto ni esa lírica del Rayo Vallecano. No queremos pelos de colores ni mear al público. ¡No nos hace falta! ¡Lo hemos superado! No necesitamos filósofos teorizando en los parques de pobres. Y la única violencia será la de quien quiera pararnos, de la fiesta sucia de los políticos, de quien no sepa entenderque, lo que llevamos tanto tiempo esperando, ya ha llegado, ya estaba entre nosotros. El ‘regeeaton’ es el nuevo flamenco, hijo de la desesperación y la marginalidad. El trap es el nuevo rock, Instragram es el nuevo cine y el grafiti la nueva estética. La nueva movida ha llegado pero los que la nombran están dormidos. Y yo, que buscando un nuevo despertar caí en un sueño soy hoy vuestro sacerdote y os bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’». «Amén», respondió Alaska.
Y se hizo un silencio en Carabanchel, un silencio roto por los ladridos de dos perros que correteaban en aquella tarde-noche. Durante un momento parecía que iba a pasar algo, un aplauso, un abucheo, un grito o un lamento. Pero nada de eso sucedió. Todos volvieron a lo que estaban haciendo sin mostrar ningún tipo de interés. No sabían de qué les estaba hablando y, además, estaban muy cansados. James W. entendió entonces que la nueva Movida nunca será ‘mainstream’ y comprendió por qué Umbral pasó de de Vallecas a Embassy y de Ramoncín a Pitita. Lo de Embassy le dio un poco de hambre y cruzó el Puente de vuelta a la civilización. Ya, de vuelta en Malasaña, encontró algo de valor para entrar al Penta. (Continuará)
(Este texto forma parte de la serie ‘Todas las muertes de James W.’, publicado en ABC Cultural el 10 de junio de 2023. Disponible haciendo clic aquí).