Olivia era fiel a todo excepto a sí misma y vivía una vida provisional en la que todo estaba perfectamente preparado para el fracaso. De algún modo, esperaba una señal que nunca llegaba. Cada vez que José María dormía, ella le tomaba el pulso.Era estúpido, pero no podía evitarlo. Sabía perfectamente todo lo que pasaba por su cabeza, aunque se hiciera la tonta. Y siempre sospechó que las amenazas de suicidio con las que fantaseaba desde el primer día no eran ningún chiste sino algo muy serio. Y que era capaz de hacerlo en cualquier momento. 

Eso le atormentaba, porque una cosa era que la pareja no fuera perfecta y otra muy distinta soportar la carga de un suicidio en la conciencia. Por eso intentaba irse a la cama en el mismo momento que él o cocinar personalmente para evitar toda posibilidad de envenenamiento. Porque la gente normal no suele tener un tarro de cianuro dentro de una serpiente de madera oculta en un falso fondo del armario. José María sí. Y nadie escondería algo con esa meticulosidad si no tuviera pensado usarlo.

Ella lo amaba, pero siempre fue incapaz de demostrarlo. Simplemente no podía, en algún momento se levantó un muro inmenso entre ambos que les impedía interpretarse el uno al otro. Y se ha dicho que comprender es perdonar. Por eso, el rencor surge siempre de la incomprensión y termina en un silencio defensivo. Hiciera ella lo que hiciera a José María le resultaba vulgary nada parecía ser nunca lo suficientemente intenso como para llenar su vida de la magia que quería. Ni siquiera su atractivo natural provocó nunca en la mirada de José María más que esa rebeldía del animal que se sabe sumiso ante la belleza, por lo que tampoco podía cuidarse más de la cuenta. Se sentía atrapada, no sólo en esa relación enfermiza, sino sobre todo en ese fondo de armario envenenado que cada día revisaba minuciosamente.

Ella lo amaba, pero siempre fue incapaz de demostrarlo. Simplemente no podía

El día de su séptimo aniversario no iba a ser menos. Olivia llegó directa a su objetivo, experta tras la fuerza de la costumbre, pero se encontró con lo que menos pensaba. El tarro que durante siete años llenó de miedo su vida, hoy no estaba.

—«¡Maldita sea, José María! Lo vas a hacer y precisamente hoy», se dijo entre lágrimas.

Paradójicamente, esas lágrimas fueron catárticas. Olivia se sorprendió al caer en la cuenta de que estaba perdiendo por primera vez el miedo. Nunca pensó que se sentiría liberada el día en el que José María decidiera dar el paso final, pero exactamente eso fue lo que sucedió. Y decidió entonces que no evitarlo era la única manera que la vida le iba a dar para desatar sus esperanzas de sus recuerdos. Era su manera de sobreponerse a la situación y proteger su propia vida, aunque fuera a costa de la de José María.

—«Al final tu corazón se parará por la mujer a la que nunca has sabido amar. Ese es el precio del absurdo en el que has querido vivir, José María».

Estaba hundida en lo más profundo del Dry Martini que se sirvió mientras sonaba la misma música de cada aniversario, la de aquel festival, la de la barra en la que se conocieron. Algo le decía que no sería ni mucho menos el último que tomaría ese día en el que probablemente José María se iría para siempre. Cuando a las 14:05 apagó la lumbre para poner la mesa, no pudo evitar pensar que probablemente José María nunca llegaría a verla, así que decidió ducharse, maquillarse y ponerse el vestido más bonito que encontró, por si acaso fuera así. Se equivocaba.

Parecía perdido

A las 14:12, José María entró en casa. Ella estaba espléndida.

—«Buenos días Olivia».

—«Hola, José María. ¿Todo bien en el trabajo?»-, dijo mientras pensaba en cómo ese hombre podía no darse cuenta de lo bella que estaba o de siquiera felicitarle el aniversario. Y en medio de ese pensamiento, Olivia quitó las rosas de sus manos y las colocó en el jarrón de la mesa.

—«¿Ha pasado algo? ¿Por qué no respondes? ¿Qué tal el trabajo hoy, José María?»

Él no respondía. Parecía perdido, como intuyendo que el final estaba muy cerca. A Olivia le temblaba el pulso pensando en lo que estaba a punto de suceder y quiso romper el hielo con una pregunta cualquiera:

—«¿Tienes mucha hambre o poca?

—«Poca hambre, Olivia. Poca hambre», dijo indiferente.

Olivia se acercó y le besó la mejilla nerviosa: —«Feliz aniversario, James W. ¿O acaso no me lo ibas a decir?».

Tras una sobremesa vacía que Olivia aprovechó para observar algo en José María que le permitiera descifrar si finalmente lo haría o no, a las 16:03, salieron juntos del portal y se acompañaron mutuamente durante unos minutos. Olivia estaba convencida de que José María lo haría esa misma tarde, le conocía perfectamente y jamás habría cogido el veneno si no fuera para usarlo. Olivia estaba nerviosa, seguramente era la última vez que vería con vida al hombre que jodió la suya. 

Sus nervios ante lo inminente se confundían con una profunda paz interior. Olivia miró fijamente al hombre que nunca le abrazó y José María dejó claro con un gesto que hoy no sería diferente. Se separaron lo justo para que entre ellos se abriera un callejón frío e incómodo por el que podría pasar un tren de cercanías. A las 16:06, se despidieron. José María giró a la izquierda y Olivia a la derecha. Dos minutos después, uno de ellos ya había roto a llorar.

(Este texto es el último de la serie ‘Todas las muertes de James W.’ y fue publicado en ABC Cultural el 29 de julio de 2023. Disponible haciendo clic aquí).