
La Mesa del Congreso ha repartido los escaños para la nueva legislatura y al PP no le ha gustado el resultado. Van a compartir bancada con diez diputados de Vox y eso supone un molesto contratiempo. Vaya por Dios. Gobernar juntos sin problema, pero sentarse al lado en el Congreso… jamás. Se ve que los pactos unen. Pero más une el tiro de cámara.
Llega así el asquito, la repulsión física, esa pareja con la que te da vergüenza ir a un sarao. Supongo que no les gusta que los españoles recuerden cada día que forman parte del mismo bloque, pero exactamente eso es lo que el PP ha elegido. Tenían dos opciones: defender sus pactos con Vox o rechazarlos. No es una decisión fácil porque ambas posiciones tienen consecuencias negativas a corto plazo, pero el PP eligió la peor, que es no hacer nada. Tras el ridículo de Extremadura llegó el bochorno de Murcia y se confirman dos cosas: que no hay Guardiola bueno y que fue un delirio pensar que sin tomar una decisión obtendrían las ventajas de ambos escenarios, pero sin los perjuicios.
Desengáñense: el PP nunca va a resolver este dilema. Simplemente no puede, no sabe, se rompería. Sólo el tiempo lo solucionará por ellos. Y quizá no falte tanto, la mirada de Santiago Abascal ha cambiado. Algo me hace pensar que puede que no le quede mucho al frente de Vox, lo que supondría, sin duda, el inicio del fin de su partido. Si algo mantiene hoy a Vox alejado de la marginalidad es Abascal. Ese tipo se jugó la nuca defendiendo la democracia en el País Vasco y quiso ocupar legítimamente un espacio político abandonado. Yo le respeto y, desde luego, no tendría ningún problema en compartir con él ni bancada, ni mesa ni mantel. Porque se puede disentir intelectualmente. Pero el asquito personal es patético.
Paulatinamente, ese espacio de derecha liberal-conservadora-antinacionalista se fue contaminando, tanto por aspectos importados -la guerra cultural protestante, la xenofobia de Le Pen y el antieuropeísmo brexitero- como por aspectos puramente castizos0 -restos de falangismo, vivan-las-caenas iliberales y esa parte del catolicismo que, si pudiera, se montaría su propia Iglesia, como el Papa Clemente-. Vox ha mutado en nacionalismo reaccionario y no sé qué pinta ahí Abascal. Creo intuir que, a veces, ni siquiera él lo sabe. Se percibe la incomodidad que vimos antes en Espinosa. Y ahora en Ortega Smith. La primera generación se apaga y la segunda intentará salvar al enfermo poniéndolo a las órdenes de la internacional-cafre, que es otro globalismo, solo que con capital en Visegrado. Quizá, cuando eso suceda, haya una crisis económica, que es para lo único que España quiere a la derecha. Es un ciclo, como las mareas: llega el paro, España vota derecha, la derecha cumple, España se aburre y pide diversión keynesiana. El PSOE nos arruina, el pan comienza a importar menos que la ideología y vuelta a empezar. Solo el adiós de Abascal y el paro harán posible un día la alternancia. Mientras dependa del PP, lo dicho: bipolaridad. Y asquito.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 11 de septiembre de 2023. Disponible haciendo clic aquí).