Leyendo los poemas de Ángel Antonio Herrera me pasa lo mismo que leyendo sus columnas: no puedo evitar escuchar su voz por encima de la mía, su prosodia asomando detrás de mi hombro y contándome esas genialidades que suelta quitándose importancia, como si escribir así fuera normal, todo fuera sencillo y la vida fuera, en realidad, una sucesión de ritmos ocultos, metáforas brillantes y tardes soleadas al alcance de todos. Supongo que cree que el resto no las usamos porque no nos da la gana. No contempla que a lo mejor no las vemos, que no llegamos y que no hemos sido elegidos por esa genealogía maldita que muere en Baudelaire y nace en Albacete.

Capote decía que el proceso de creación literaria es similar al de la formación de la ostra perlífera. «Un grano de arena extraño invade la concha de la ostra y, una vez metido allí dentro, irrita hasta que produce la joya. El talento es como un grano de arena que da vueltas en la mente creadora. Es un atormentador valioso». Yo creo que el grano irritante no es el talento sino el dolor. El talento es la ostra y la literatura la perla que transforma en belleza la noche, en insomnio la sombra, en pintura su melena negra, en espuma las patillas blancas, los ojos oscuros, el entusiasmo justo. Acaba de publicar su poesía reunida en ‘Los espejos nocturnos’ (Akal). Les adelanto que leerlo es un atentado contra la autoestima. Es uno de esos libros-crisma que contiene tantos hallazgos, tantos relámpagos, tanta muerte y tanta vida que no te permite pasar de página sin más. Da la sensación de que no le has sacado todo el jugo a una frase, que puedes aprender todavía más, que no has interiorizado por completo lo que acabas de leer y que empieza a hacerse tarde para crecer. Quizá debamos ponernos de puntillas. Y luego levantarnos del sillón y analizarlo seriamente, como cuando pasan ‘Las Meninas’ por un escáner y le meten un corte transversal para ver las capas con infrarrojos. Pues yo quiero meter ultravioletas a sus poemas, ver las capas que subyacen y entender de dónde sale la sintaxis alterada -que es la lírica del mago- y la sensibilidad contenida -que es la lírica del genio-.

Y eso que Ángel Antonio es, fundamentalmente, un torero. Su vida huida, el vuelo sin motor, la mano baja, el pastor de ninfas -tan verdad como su estatua- y el pase de desprecio. El día que le conocí me dijo que es la escritura quien piensa por ti y lo comprendí. Luego me dijo que el que escribe bien tiene razón. Y lo empiezo a comprender. Pero leyendo su poemario consigue rizar el rizo, tirarse desde la cúspide de ambos conceptos y explicarnos que, en realidad, su vuelo sin motor nos ofrece el medio pecho para alcanzar la verdad total, que consiste en entender que escribe bien quien acepta que su papel es solamente el de un médium a través del cual la escritura logra tener razón. Le debo una comida para comentárselo. Aunque, ahora que me leo a mí mismo me sale por encima su voz y caigo en la cuenta de que es posible que todo eso ya lo sepa.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 25 de septiembre de 2023. Disponible haciendo clic aquí).