
En realidad, querido amigo, me alegra que me preguntes por el tema porque, si hay un tipo que ha escrito mucho sobre Londres, ese tipo soy yo. Aunque ahora que rebusco caiga en la cuenta de que faltan muchos de los posts que escribí entonces. No, no se han esfumado. Los he borrado para poder plagiarme oportunamente de vez en cuando y vender pescado pasado con una apariencia de novedad. Como el cazón en adobo de nuestra amada Sevilla.
Yo he estado en Londres más de quince veces. Y alguna más que no recuerdo. Por fortuna, me temo. Una de ellas estuve tres meses trabajando y conociendo la ciudad. Era el verano del año 2000 y lo pasé limpiando la moqueta del hotel más grande de la ciudad, es decir, la moqueta más larga de Europa y no es un modo de hablar. Entonces se rumoreaba algo de un hotel en Moscú que podría rivalizar, pero nunca me lo creí, es imposible tanta moqueta y tan sucia fuera del Reino Unido. El hotel es una mole con dos mil habitaciones en ocho plantas, lo que hace una media de 250 habitaciones por planta, casi un kilómetro de pasillos cada una, lo que suma más de ocho kilómetros de moqueta, sin contar habitaciones, salones, cantinas, recepción y demás animales mitológicos. No está mal, teniendo en cuenta que la Castellana supera por poco los seis kilómetros. Y yo ahí, arrodillado, con mi cepillo de cerdas duras como un relicario, viendo pasar a millonarios indios que pisaban mi moqueta mientras quitaba el polvo de los laterales, que es donde se suele amontonar la porquería, así en los hoteles como en el Real Madrid. Aún no tenía móvil y, desde luego, no había iPod ni mp3 ni nada similar. Yo iba con un discman -madre mía- donde solo sonaba ‘Pequeño’, el último disco publicado por entonces por Bunbury. Y lo oía en bucle, sin parar. Cuando en días como hoy lo escucho, aún me veo arrodillado ante Inglaterra y me acuerdo de Blas de Lezo y voy al baño, ya sabes. Acababa de ganar las primarias un tal Zapatero y el mundo era muy diferente. Los más jóvenes no sois conscientes de que viajar sin móvil era estar perdido, pero entonces no lo sabíamos y, de hecho, lo que nos encantaba era perdernos para encontrarnos, huir un rato, disfrazarse unos meses de uno mismo, sabiendo que el disfraz más falso es el que se quedaba en casa. Cada calle era una aventura, sin mapas, ni referencias ni recomendaciones de restaurantes. Sin nadie a quien acudir y nadie a quien llamar si la cosa se ponía difícil. Cada noche era la última. Nos jugábamos literalmente la vida sin saberlo y en alguna ocasión nos tocó correr, claro. Como a todos, como siempre. Hasta que llegaron los móviles y se acabó la libertad, la improvisación como forma de vida, la belleza del incógnito, la realidad como escenario sin un comodín que empieza por AA. Si sonaba una canción, más valía que el ‘pincha’ te dijera como se llamaba para poder ir a buscarlo a las tiendas de segunda mano de Camden. O eso o esperar años a que volviera a sonar en el sitio más insospechado de Madrid. Si te gustaba alguna chica, no queda otra que volver al mismo sitio a la misma hora a cada día, a ver si sonaba la flauta. Éramos ilocalizables y libres, perdidos en barrios que luego se hicieron famosos por las bombas del 2005.
Yo creo que, precisamente por esa experiencia, la vida me ha llevado a tener que enseñar Londres a muchísima gente. Y tengo que decir que lo odio. Porque no hay nada mas horroroso que Londres la primera vez, ya sabes, los parques, Buckingham Palace, la Abadía de Westminster, el Parlamento, Picadilly, Notting Hill, Trafalgar Square y la puta foto del puente ese de Camden. Y, sin embargo, tienes que hacerlo. Es una forma de liberarse, como el amor, que a fuerza de equivocarte, terminas por entenderlo. No puedes meter el segundo gol antes que el primero. Hay una primera visita a Londres y, solo cuando la hayas terminado, estarás preparado para volver y comenzar a disfrutar verdaderamente de la ciudad.
Y tras este largo preámbulo entiendo que sabes leer, que tienes una guía, que ya sabes que la Torre de Londres es muy chula y que tienes claro lo que tienes que hacer. Por lo que me centraré en recordarte que, en esa época, hace mucho mucho frio. Y ademas es un frio húmedo, ventoso, un frío que no te vas a poder sacar de dentro hasta el Corpus. Llévate un gorro-boina de esos que abrigan. Y vas a estar constantemente con ganas de orinar, por la cerveza. Y ahí alcanzas el dolor: muchísimas ganas de mear, muchísimo frío y un metro antiguo y lento. Es mucho mejor que pierdas el miedo a los taxis, de verdad. Me lo vas a agradecer. Y, ya que estamos, si vas a montar en Metro no compres ningún tipo de billete, si pagas directamente con la tarjeta te hacen el mejor precio posible.
Hay un garito en Carnaby St. que se llama Ain’t Nothin But The Blues Bar y que me flipa si te gusta el blues en directo. En O’Neill’s Wardour Street hay unas bandas de covers que te van a encantar. Para comer, tienes que tener cuidado. No existe el termino medio y hay que alternar la basura más infecta con lugares de mucha categoría, que los hay, como en todos los sitios. Mira estos tres: The French House (49 Dean St), Prix Fixe Brasserie (39 Dean St), The Duck and Rice (90 Berwick St). Los tres están por la zona de los teatros, que conservan su olor a oportunidad perdida y a moqueta fría, porque tienes que ir a un musical y te recomiendo ‘El Fantasma de la Opera’, en el Majestic. No será barato pero las entradas de atrás merecen la pena (visibilidad reducida, precio reducido).
Vete a ver arte: Tate Modern, Tate Britain, National Gallery. Están a otro nivel. Y las galerías de la zona de Hackney/Hoxton/Shoreditch. En esa zona, hacia Old St., tiene garitos para salir por la noche que te van a encantar porque eres un indie de mierda y eso, para ti, es como El Dorado. No te pierdas Bricklane, empezando en White Chapel. El domingo, de resaca, pasea Bloomsbury y vete a ver la casa de Dickens, que es muy desconocida y maravillosa. Si tenéis ganas de hacer cosas menos convencionales, el lugar es Battersea, donde los pijos de Chelsea se fueron para estar separados de sus padres, pero no de su dinero. Mucho ambiente y todo muy recomendable. No tengas miedo, es seguro y, te recuerdo, vas en Uber. Deja el puto metro.
No se piden medias pintas nunca y, por favor, pide cervezas amargas, de las suyas, con poco gas. ‘Ales’. El fish and chips se lo pueden meter por donde les quepa. Si tu chica es refinada, el te en Mayfair. Si no lo es, evita los salones. A la Catedral de San Pablo tienes que ir porque somos católicos. Y, como en cualquier lugar protestante, dejamos un billete grande en el cestillo para sufragar nuestra Yihad contrarreformista. Hay una iglesia católica en Hoxton. Si dices que eres español te reciben como si fueras un apóstol. Y no descarto que no estén en lo cierto. Yo estuve a punto de sacar a Santa Mónica, trianeando. Los leones de Trafalgar están hecho con los cañones que nos robaron asi que, a todos los efectos, esos leones son España. El periódico bueno es el Telegraph. Tu equipo, el Arsenal. La zona de Canary Wharf te pilla cerca y tiene un punto como de City incipiente. Evita los bares de tapas españoles: aunque te haga gracia ver un letrero de San Miguel, pasa de largo. Si tu chica quiere ir de compras hay muchas opciones pero la mejor para ti es Oxford St. porque puedes esperar tomando una pinta en ‘The Argyll Arms’ mientras se pierde en Urban Outfitters y en el imperio Inditex. También, Covent Garden. Portobello muy bien, pero no te vas a poder escaquear. No hay librerías de viejo y las ‘de nuevo’, no tienen demasiado interés. Hay un cementerio que se llama Bunhill Fields, que es interesante y puedes ver la tumba de William Blake. Y si vas al Museo Británico, enfrente está el Museum Tavern. Si ves a dos mendigos, saluda.
Y por ultimo: la madre de Berenguela, reina de Castilla y madre de San Fernando, fue Leonor de Plantagenet, la hermana de Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra, casada con Alfonso VIII de Castilla y fundadora del Monasterio de la Huelgas, en Burgos. Y la hija de San Fernando, otra Leonor, que estuvo en las Cruzadas, que succionó el veneno de una víbora que mordió a su esposo y que dio a luz al heredero en medio de la conquista de Gales, en el castillo de Caernarfon. Vamos, una castellana de los pies a la cabeza. Una estatua la recuerda en Charing Cross, el kilómetro cero de Londres, donde los castellanos deberíamos ir en procesión pero no lo hacemos porque nadie sabe nada de esto, a nadie se lo han enseñado en el colegio y prefieren dar la espalda a la Cruz de Leonor, sin saberlo, cada vez que miran al otro lado para ver la estatua del enemigo, de Nelson, en Trafalgar Square, con un vaso de Starbucks en una mano y el Instagram en la otra. Solo espero que saludes. Y que ahí, justo ahí, te acuerdes un poco de mi, querido Pelayo.