El aplauso ocultó por un instante el sonido de nuestra decadencia. Duró doscientos treinta y ocho segundos, pero resultaron suficientes para volver a ser, de modo provisional, un país serio. La nación educada, respetuosa y decente que un día fuimos. Porque el aplauso tiene algo bueno: sepulta los sonidos, deja el ruido en un segundo plano y trae al frente un espejismo de unidad, la extraña sensación de lo que podríamos llegar a ser si no fuéramos lo que en realidad somos.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 1 de noviembre de 2023. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí).