Para tener una catedral gótica excesiva y despampanante sirve cualquiera. Pero para tener una catedral partida por la mitad hace falta ser Valladolid. Desengáñense, una catedral icónica está muy bien, pero no es algo de lo que sentirse especialmente orgulloso: al fin y al cabo la tiene todo el mundo, es algo casi ‘mainstream’ y todos dicen que la suya es la mejor, como no se qué pastel típico o como las fiestas del pueblo. Todas esas catedrales son dulces y hermosas, como hechas por Cubero. Parecen salidas de los cuentos de hadas, tienen vidrieras, transeptos, girolas. Lucen ábsides, gárgolas y ménsulas. Ahí están la de Toledo, la de Burgos y la de León. La de Sevilla, la de Santiago o la de Palma. Incluso hay un catálogo de los horrores donde destaca especialmente la Sagrada Familia, una de las mayores horteradas de Occidente. Pero nadie tiene lo que tenemos en Valladolid. Lo nuestro es como el Muro de Berlín de las Catedrales.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 17 de noviembre de 2023. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí).