Mis padres fueron capaces de convencernos de que los Reyes Magos hacían dos viajes porque no les daba tiempo a repartir los regalos solamente en uno. No tengo muy claro cómo lo lograron, pero me temo que tampoco fue demasiado difícil. En realidad tiene su lógica: «Hay muchos niños en el mundo y si tú les pides por favor que vayan a tu casa en el primer viaje, ellos lo hacen. Ten en cuenta que a ellos le da igual y les viene hasta bien. Pero tienes que pedírselo expresamente en la carta, si no no tienen modo de saberlo». Y así lo hacíamos. Ese primer viaje tenía lugar en Nochebuena y ofrecía muchas ventajas frente al segundo, entre ellas la de poder estar jugando con los regalos durante todas las vacaciones. Era una buena opción para los niños. Y no les digo ya para los padres, que tenían a la chavalada entretenida y sin dar guerra durante quince días. En mi casa, como ven, teníamos hechos diferenciales y especiales jurídicas propias, una especie de fuero, de carta puebla, un trato de favor fundacional con respecto a otros niños, algo que por entonces sonaba supremacista pero que, visto con distancia, era solo progresismo ‘avant la lettre’.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 5 enero de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí).