La muerte del animal es lo de menos. Es imprescindible, pero la cosa no va de eso. Al fin y al cabo, todos los animales mueren tras cumplir la utilidad que el ser humano les ha encontrado. A unos nos los comemos al ajillo, otros fallecen tras una vida haciéndonos compañía y otros mueren en la plaza. Solo es eso. Pero la muerte es inevitable. También la nuestra. Lo importante de los toros es comprender que la vida es un ruedo en el que te han tirado sin tu consentimiento. Y ahí te ves tú, luchando contra la muerte solo, sin demasiada ayuda y haciendo lo que puedes armado solo con un trapo y un misterio. Se trata de saber pasar miedo y de recibir los problemas sin descomponer la figura. Es decir, sin perder la dignidad ni la compostura. Y comprender cuanto antes que, tras recibir una cornada, solo queda una alternativa que es, por supuesto, recibir otra y luego otra. Y como eso no es negociable, lo que importa es aprender a ponerse en la cara del toro, bajar la mano, hundir el mentón en el pecho, jugarse la bragueta e intentar que el toro pase por donde quieres que pase sabiendo que posiblemente no lo haga. Y entonces estás muerto.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 28 enero de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí).