
El aperitivo es la aristocracia que nos queda. Es un ‘stop and go’ mágico, una manera de parar la vida, la extrema elegancia del que detiene el día para pedir un vermú y mirar el sol sobre la Catedral en esta primavera precipitada. En este bar solo tienen vermú, gaseosa y vino clarete. Hago todas las combinaciones posibles de tres elementos tomados de dos en dos: vermú con gaseosa, clarete con gaseosa y, cuando voy a tentar la última, es decir, vermú con clarete, me doy cuenta de que algo va mal y decido cortarme la coleta. Los porrones pasan de mano en mano, las camisas blancas se llenan de lamparones, la parroquia se acerca a saludar. Llego a casa sonriendo como un gilipollas y duermo fatal, como siempre que llego a casa sonriendo como un gilipollas. Me desvelo en medio de la madrugada y no puedo retomar el sueño.
(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 4 de febrero de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí).