
Madrid es esa ciudad en la que pasear consiste en esquivar gente que mira su móvil, que se entrega al esguince cervical y al consumo de datos en itinerancia. Hace no tanto había un pacto no escrito en virtud del cual, cuando en la calle la casualidad te situaba junto a un desconocido, los cerebros de ambos lo percibían con una especie de radar como el de los murciégalos.
O quizá eso sea un sonar, da igual, la cosa es que cuando eso sucedía uno iba un poco más rápido, el otro más lento y de ese modo se evitaba el malentendido. La evolución, la urbanidad, el dominio de la dimensión espacio-tiempo, qué sé yo. Bien, todo esto ya es cosa del pasado, como las escalas diatónicas, los tobillos con calcetines y el pelo en los parietales.
(Este extracto forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 25 febrero de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí).