Al principio fue la cosa, una cosa horizontal, paralela al horizonte. Más tarde esa cosa se convirtió en pintura, en un pigmento bidimensional y viscoso que lograba detener el tiempo para llenar de significantes los vacíos blancos de los que se avergüenzan las personas y las paredes. Después la pintura se irguió y, poco a poco, fue saliendo del marco, como San Antonio de un retablo barroco, ganando la tercera dimensión extremidad a extremidad. Hasta que saltó al suelo. Y allí se tumbó, convirtiéndose en escultura, cerrando el círculo y dejando la pintura para las cosas serias. Dice en Twitter ‘Derecha Spinozista’ que «la pintura liberada de su función de cuadro puede ser una de las artes del siglo XXI». Y tiene razón. Ese es el resumen: de lo figurativo a lo performativo, pasando por lo informativo, que es el galerista. Y a eso es a lo que iba. 

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 9 de marzo de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí).