
Yo soy hijo del altofelipismo, de esa España de señores de barbas muy negras y gafas muy grandes que llevaban cazadoras de ante, conducían Supermiriafioris y se fumaban los Winston de tres en tres. Una España bonita que los domingos tomaba el vermú y que no solo conocía a los vecinos sino que acababan siendo los padrinos de la prole. Nos pasábamos agosto tocándonos las narices entre la sequedad ocre de Tierra de Campos y la humedad paparda del ‘Chozu’, en Comillas. Esa España pasó del vinilo al casete y, el día que llegó el CD, se entregó por completo a una inesperada melomanía. En casa los Reyes nos dejaron el ‘Money For Nothing’ de Dire Straits y el ‘White Album’ de los Beatles y montamos una fiesta para ponerlos en bucle. Mi padre sigue en ese bucle y yo creo que podría vivir con esos dos ‘compactos’ y aquel transistor Sony que perdió la antena cuando Aznar y que sigue bajo su almohada. Luego vino el VHS, aunque aún estoy dando las gracias a aquel visionario que nos aseguró que el futuro era el Beta. Y después los videoclubs y los primeros sábados de telepizzas, ‘Superdetective en Hollywood’ y Lakers-Celtics.
(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 13 de abril de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí).