Yo creo que deberíamos valorar la pena de muerte para los bares que ponen la tortilla de patata mal hecha. No hace falta que sea repugnante, catastrófica o repulsiva, yo metería en el saco a los que la hacen simplemente vulgar, mediocre, una cosa del montón. Solo contemplo la excelencia en este ámbito. Yo soy un tipo comprensivo y entiendo que se puede pinchar en la interpretación de la esferificación de algas, en aquel ambicioso aire de boletus o en la espuma de cabezas de carabineros. La alta cocina es cuestión de talento, de formación, de experiencia y, lamentablemente, no todos la tenemos. Por eso no podemos jugar en las grandes ligas.  Pero hacer una tortilla de patatas es otra cosa. Solo es cuestión de voluntad, de esfuerzo y de cariño. No se trata de sacar unas oposiciones a notarías, de levantar un puente sobre el Amazonas o, llegando al mayor estadio de la ambición, de excavar unos kilómetros de túnel para que circule el tren a su paso por esta Tierra Santa e insoterrable. Yo hablo de hacer una tortilla de patata, solo de eso.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 19 de abril de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí).