Estaba Chema Nieto en la esquina de la calle Mantería con la plaza de la Cruz Verde, a la altura de la sucursal de banco que han abierto bajo los pisos nuevos. Aunque no se lo he preguntado, doy por hecho que venía de comprar el periódico. Porque Nieto compra el periódico todos los días. Alguna vez le he dicho que se suscriba, que es más cómodo que te lo dejen en el buzón de casa, pero me dice que no, que prefiere obligarse a salir cada mañana, tomar el pulso a la ciudad, mirar a la gente a la cara y hablar con el quiosquero. Si no lo hace corre el riesgo de aislarse en esa torre de Montaigne que algún día habremos de convertir en casa-museo, en lugar de peregrinación y romería o, mejor aún, en bar. La cosa es que en ese lugar exacto se le apareció un anciano que se le quedó mirando y le dijo seriamente: «La luna desapareció. Desapareció la luna». En realidad, el señor, sin desearlo, había formulado un quiasmo muy lorquiano, pero Nieto pensó que se acababa de abrir el sexto sello y entrábamos de lleno en el apocalipsis. Rápidamente se dio cuenta de que no se trataba de eso, el apocalipsis no puede llegar una mañana de primavera como si fuera el camión de las cerezas. Así que aquel señor no era un heraldo negro anticipando el fin de los tiempos sino un vecino que simplemente echaba de menos el bar La Luna, situado allí hasta hace casi siete años.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 7 de junio de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).