Se percibía en los pasillos un ambiente de fin de curso, como una de esas mañanas de junio en la que los escolares ya han terminado los exámenes, pero los profesores aún no han terminado de corregirlos, por lo que las criaturas vagan por las aulas en un vacío legal, perdidos como negociadores socialistas en la catedral de Zúrich, haciendo tiempo en lo que llega el salvadoreño. Aunque el único salvadoreño capaz de arreglar esto es Mágico González. Y más por Mágico que por González. Estaban sus señorías, digo, sonrientes, con el rictus relajado del que acaba de quitarse un peso de encima tras un año de municipales, autonómicas, generales y europeas. Y como, en principio, no hay más elecciones, la tensión se difumina como la espuma de las olas cuando llegan a los pies de ese niño que intenta recogerlas con una concha, momento en el que aparece San Agustín de Hipona pensando en la Santísima Trinidad, que es la separación de poderes de lo sagrado. Pero en el Congreso no tenemos más Santos que Cerdán, así que debió ser él quien iluminó a Sánchez, que dieciocho minutos después de comenzar la sesión de control la dio por finalizada y se fue al balneario de Intxaurrondo, donde la fangoterapia es un arte, los barros no se tiran sino que se toman y el fango sirve para hacerse mascarillas, como en el Mar Muerto o en La Toja.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 13 de junio de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).