
ecía Dalí que lo mínimo que se le puede exigir a una estatua es que no se mueva. Con un rey sucede algo parecido y, más allá de cualquier otra consideración, lo mínimo que se le debe exigir es que hable poco, que mantenga las formas y que cuando lo mires no te entren ganas de renunciar al pasaporte y a la respiración aeróbica. Una vez me dijo una mujer que un padre no ha de gritar nunca, que con una mirada debe ser suficiente para que tu prole te entienda y acepte la autoridad de modo natural. Yo me acuerdo de ella cada vez que me enfado con mi hija. Comienzo la discusión susurrando como Marlon Brando en ‘El Padrino’ y a veces la termino como María Jesús Montero en el concurso de ‘irrintzis’ de Basauri. Luego recuerdo que la mujer que me dijo que no gritara siempre lo hacía gritando, así que los remordimientos se me van a la vez que la afonía. En cualquier caso, quiero decir que un rey no ha de gritar. Y cabe recordar que los peores gritos son los que se dicen en bajito.
(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 22 de junio de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).