
Lo primero que habría que tener claro es si al hablar de León hablamos de una ciudad, de una provincia, de un reino o de una Corona. En función de esa premisa podemos construir el resto del discurso, porque al menos habremos marcado un punto de partida común, un lugar concreto de la historia al que retrotraernos para justificar aquello que queramos justificar. Habría que comenzar diciendo que la moción para la creación de la autonomía leonesa surge de la Diputación de León, por lo que entendemos que su ámbito debería ser provincial. No tiene mucho sentido que la Diputación de León hable en nombre de un zamorano o de un salmantino. Vamos, por poder, se puede, entiéndanme, pero tiene el mismo sentido que ponerse a hablar en nombre de uno de Albacete o de Las Palmas. A no ser que les preguntemos a ellos, por supuesto. En ese caso podrían decir que quieren formar parte de la autonomía leonesa o que no. En realidad, hay otra opción, que es digan que sí en una provincia y que no en la otra. Si es Zamora la que dice que sí, no habría problema, pero me pregunto qué pasaría si la que acepta es Salamanca y no Zamora. Sería una autonomía formada por dos provincias sin frontera entre ellas, abriendo una interesante novedad en la configuración territorial del estado ya que Valladolid, por ejemplo, podría reivindicar formar parte de una nueva comunidad junto a Murcia, que, al fin y al cabo, es tan castellana como Burgos y que abriría mercados interesantes. Sobre todo, para nuestros logopedas.
(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 28 de junio de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).