Donald Trump nació el 14 de junio de 1946 en Nueva York y el 13 de julio de 2024 en Pensilvania, así que tiene a la vez 78 años y un par de días. Su primera vida estuvo marcada por el éxito, el poder y la arrogancia. Si reflexiona lo suficiente, la segunda solo puede estar marcada por la empatía, la piedad y esa humildad tan característica de los hombres inteligentes y los políticos resucitados. Si lo enfoca bien, desde hoy todos los días serán para él un regalo imprevisto, un tiempo extra, la prórroga de una vida que debería haber terminado con un zumbido de abeja del calibre 223 y que, en cambio, puede ser una revelación inaugural que lo cambie todo para siempre. Y, así, cada vez que tome un vino de Jerez deberá sonreír y dar gracias a Dios. Porque si las cosas hubieran sucedido como suelen suceder, no podría haberlo hecho más. Cada tormenta que vea en el campo, cada natural de Pablo Aguado, cada visita a Turner en la Tate Britain, un recuerdo del zumbido. Y después una sonrisa cómplice al cielo. Cada Navidad en familia, cada amanecer en la playa, cada película de Garci. Todo a partir de ahora adquiere otro significado. Le han regalado una vida y hay que usarla para algo más que para fruncir el ceño, torcer el labio y comprar tinte color naranja.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 15 de julio de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).