La exposición se llama ‘Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910)’ y tiene pinta de turrita socialista, de adoctrinamiento urtasúnico y de coñazo gramsciano, con sus marcos mentales, su contrahermonía y sus señores de mediana edad mesándose la barba para hacer la ‘revolusión’ entre cartela y cartela, entre mojito y mojito, entre llanto por el terrorismo climático y croqueta en Garibaldi. Quizá estuviera influido por la reciente visión de Monedero bailando salsa como un auténtico pringado en un mitin de Maduro, con esa crisis de los cincuenta que le ha llegado a los sesenta y ese aire como de Café Quijano cantando ‘Desde Brasil’, pero con guayabera. La cosa es que el cartel rojo ‘pulp’, ese título como de reportaje de ‘Mundo Obrero’ y una sombra plurinacional y descolonizadora que lo llenaba todo como de olor a churros habían terminado con cualquier intención que tuviera de entrar a verla. Pero me dijo Calero que entrara. Y entré. Y ahora maldigo todos mis sesgos ideológicos, mis prejuicios pequeñoburgueses y esa tendencia centroderechista a eliminar las ‘newsletter’ sin abrirlas. La exposición es, probablemente, lo mejor que he visto en el Prado en bastantes años.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 28 de julio de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).