
Aún recuerdo aquellos tiempos en los que un viaje en tren no era un simple desplazamiento sino una experiencia literaria. Los vagones eran decorados para historias fascinantes, los revisores seres misteriosos con un pasado siniestro y las pasajeras personajes secundarios de una trama, con sus actitudes imprevistas, sus miradas furtivas, sus gafas de sol oscuras y ese atractivo inabarcable que se le pone a la vida cuando se te abren todas las puertas a la vez. Por supuesto, esos son los ingredientes perfectos para historias de amor potenciales en el alma impresionable de un chaval joven, con la imaginación frita por las lecturas y el corazón frito por las hormonas. En realidad, no deja de ser algo mágico meter a varios desconocidos en un mismo lugar, sin salida, lejos de su casa y sin nada en común más que el viaje, la aventura, el proceso. ¿A dónde irá ese anciano y por qué? ¿Por qué llora esa mujer cuando mira esa foto? ¿Qué está buscando esa niña más allá de las montañas?
(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 29 de julio de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).