Llevo ya media hora mirando el mapa de Sevilla como si fuera un explorador remontando el Orinoco. No sé si el mejor sitio será la Puerta de Jerez, a la altura del ‘Alfonso’, o quizá el principio del Puente de Triana, con las salidas abiertas a Reyes Católicos y Arjona, que no sé si tengo yo los nervios preparados para bullas. Desde luego, no estaría mal verlo desde un balcón de la Maestranza o incluso desde una almena del Alcázar, en lo que podría ser, sin duda, una sobredosis de belleza que abriera las puertas a todos los síndromes de Stendhal juntos. He pensado que también podría empezar el día en Triana, para ver allí al Cachorro y a la Esperanza y después pasar por los Remedios, saludar a Camacho y cruzar el puente para verlo todo desde la Torre del Oro. Pero no quiero ni pensar cómo puede estar Triana ese día. Quizá sea mejor ver salir a Macarena o al Gran Poder y desde allí moverme al Paseo de Colón como pueda y que sea lo que Dios quiera. No lo sé, tendré que preguntar a Alberto García Reyes y abandonarme en sus manos, que son las mejores manos -vivas- en las que uno puede abandonarse en Sevilla. Y en cualquier otro sitio.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 25 de agosto de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).