Hay fotos que se pueden oler. La de Illa besando la mano de Pujol como Amerigo Bonasera besaba la de Vito Corleone es una de ellas. Huele como a ropa lavada sin detergente, una extraña mezcla de limpio, sucio y triste. La foto huele a cubilete de parchís tocado por manos de una señora que se ha puesto perfume por encima del olor a ajos. Huele a sopa sosa, a jersey lleno de bolas y a billete de mil. Huele a subdesarrollo, a baba en las comisuras y a tragedia. Lo normal en cualquier país democrático sería que Pujol estuviera en la cárcel, claro. No digo ya deportado a Tierra de Campos, como me pide el cuerpo, a un palomar derruido en lo más profundo de los Campos Góticos para que pueda aprender lo que es la dignidad, la honradez y el horizonte. Pero qué menos que deportarlo al menos al silencio. Aunque probablemente valdría con la cárcel, con la vergüenza eterna, con el desprestigio de un apellido que ya siempre estará unido al concepto de cleptomanía. Suficiente.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 23 de septiembre de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).