
Tenía 12 años, pelo cárdeno y muchísimos hijos. Salvó su vida en el ruedo de La Maestranza hace ocho años y la ha perdido en Monteviejo hace unos días. No ha muerto como en las películas de Disney, su vida no se ha apagado entre lágrimas de conejillos de orejas caídas y nutrias con doble grado de filosofía y teología. Tampoco ha habido banda sonora, tonos menores ni simbolismos con crepúsculos y ríos que van al mar, que es el morir, según dejó escrito un castellano que nunca lo vio. Ni siquiera ha muerto de viejo, con sus gafitas de sol para la presbicia y convirtiéndose en piedra, en roble o en estatua que sirva de platea a las letanías tristes de los jilgueros buenos.
(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 20 de octubre de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).