Ya hemos escuchado el mantra predemocrático de «sólo el pueblo salva al pueblo». Suena como el tam-tam de una tribu salvaje que hubiera decidido cambiar los derechos de las personas por el buen rollo arbitrario del vecino del cuarto. Y cabe recordar que cuando los derechos dependen de que el del cuarto sea majete, las obligaciones se convierten en actos voluntarios. Porque el vecino del cuarto suele ser un auténtico capullo. Y entonces los derechos ya no son derechos sino posibilidades cuánticas, como quien tira los dados, compra lotería de Navidad en Briviesca o le reza a San Isidro. La posmodernidad populista se parece tanto a la vida en la selva que posiblemente acaben todos en taparrabos y tuiteando, que es otra forma de rezar. Cuando los cafres triunfen –y sin duda lo harán, porque son muchísimos–, hará falta algo menos de un siglo para que podamos volver al estado de civilización actual. Cuando llegaron los bárbaros, los romanos veían el futuro como la sucesión indefinida de su estado de decadencia y el pasado como el lugar mitificado en el que habitaban sus ideales de progreso y sofisticación. Y, del mismo modo, los liberales de hoy seremos los reaccionarios de mañana, buscando volver eternamente a un estadio previo de civilización llamado ‘Estado de derecho’, que es un paraíso perdido como cualquier otro.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 30 de noviembre de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).