
El mundo se divide en dos clases de personas: los que tenemos el síndrome del impostor y los impostores. Tengo la sensación de que Mbappé no es un impostor, por lo que necesariamente debe de sentirse como tal. No es necesario recordar que, a lo largo de una carrera prolongada, todo el mundo tiene malos momentos. Y más si el trabajo en cuestión depende del talento, que no es un grifo que se abra y se cierre a demanda sino, más bien, un regalo, un suceso improbable que inexplicablemente se repite una vez tras otra. Porque todo es don, todo es gracia. No sale de nosotros, viene a nosotros. No se crea, se recibe. Y como no nos pertenece, conviene no acostumbrarse a ello y aceptar con naturalidad que, eventualmente, es el manantial y no el grifo lo que se seca. Cuando eso sucede, conviene seguir adelante con dignidad, humildad y el mayor silencio que seas capaz de juntar. Lo contrario, es decir, sentirte especial, diferente y cacareando tonterías con esa soberbia que Dios reserva a los gilipollas, implica no haber comprendido absolutamente nada. En palabras de José Hierro, no eres dueño sino hermano menor de cuanto nombras.
(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 7 de diciembre de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).