
Nunca me ha interesado demasiado el cine. Tampoco las series; soy ese señor insoportable que va diciendo a quien le quiera escuchar que nunca ve la televisión, que jamás ha visto un segundo de Broncano o de Trancas y Barrancas y que, además, se va jactando de ello, como si a alguien le importara, con esa absurda superioridad moral que compartimos exiliados y objetores. No siempre ha sido así, hubo un tiempo en el que veía producciones americanas, ya saben, la edad de oro, los tiempos de ‘Breaking Bad’-‘Better Call Saul’, ‘Los Soprano’ y, sobre todo, ‘The Wire’, la mejor serie jamás realizada, algo muy por encima de la normalidad y con un esquema narrativo más cercano a la literatura rusa que a la ficción convencional, esa pensada para la pantalla y necesariamente compatible con una pizza de pepperoni. Desde luego, hay que tener mucha clase para dejarte una temporada entera con una cámara que enfoca a una cabina pinchada en lo más podrido de Baltimore –posible pleonasmo–, en la que varios camellos negros e indiferenciados se comunicaban con sus jefes –negros indiferenciados y narcotraficantes– mientras otros negros indiferenciados –esta vez yonquis– consumían. Y la policía miraba.
(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 4 de enero de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).