Supongo que no estamos acostumbrados a dedicar diez horas de nuestra vida para ver cómo alguien describe a nuestra generación como a una completa basura. Y, la verdad, tampoco había que hacer grandes esfuerzos, solo se trataba de poner una cámara en el comedor de las Nocheviejas de unas familias desestructuradas, en una fiesta con olor a cadáver en Legazpi, en una ‘rave’ degradante y narcotizada en Berlín o en la habitación de un hotel-trinchera en el barrio de Salamanca. Y, desde ahí, dejar que el guion fluya entre la neurosis, la mediocridad y la falta de rumbo de unos personajes bien construidos y con unos arcos narrativos magistrales. No es fácil, digo. Y quizá ese sea el motivo por el que nadie lo había hecho hasta ahora. O, para ser más riguroso, nadie lo había hecho dignamente. Porque la manera más evidente y vulgar de criticar al entorno podemita-malasañero, la más facilona, esa idea que te sale la primera –y que, por lo tanto, hay que descartar– es la mofa, el desprecio y el dedo puritano que apunta y que juzga con crueldad desde lo intelectual, desde lo político, desde la superioridad moral. Y, sin embargo, Sorogoyen demuestra que funciona mucho mejor hacerlo desde la piedad, el respeto y la ternura. Y que no hace falta meterse en lo ideológico para entrar en política: es más inteligente hacerlo hablando de amor, de mujeres inmaduras y de hombres aterrados y débiles que se preguntan unos a otros si serán buenos padres mientras se meten la última raya.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 5 enero de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).