
La democracia liberal, hoy tan denostada, se sostiene, entre otras cosas, en el concepto de alternancia. Si se diera un supuesto en el que, respetando todas las reglas, el mismo partido gobernara una y otra vez porque así lo decidiera el pueblo, sería legítimo y democrático. Pero indeseable. En primer lugar, porque la alternancia es la base de la pluralidad política y la garantía de que ninguna fuerza se perpetúe indefinidamente en el poder, previniendo, de paso, la deriva hacia el autoritarismo que todo partido lleva en su ADN como un pecado original. Pero no solo por eso: la alternancia favorece la renovación de ideas, de políticas, de enfoques y de personas, evitando el estancamiento, el nepotismo y la corrupción en las que suele derivar, inevitablemente, una excesiva permanencia en el poder.
(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 10 de enero de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).