
El tipo tiene un aspecto como si acabaras de cruzar a Shrek con Álvaro de Luna, El Algarrobo; una punta de Alcurrucén dentro de un árbitro de fútbol de los de los 80. Creativamente es como si hubieran injertado a Tchaikovsky en un patrón de Velázquez, la brillantez cervantina dentro de la elegancia praxiteliana. Hoy, cuando algunos tratamos de dilucidar si queremos llegar a la modernidad a través de la profundización en la tradición o si, por el contrario, lo que estamos haciendo es redescubrir la tradición profundizando en la modernidad, la respuesta no es otra que Dámaso, que de modo instintivo lo sintetiza todo de forma natural y con la aparente sensación de facilidad que la naturaleza reserva a los genios. Eso está al alcance de pocos, quizá de aquellos que para alcanzar un lenguaje propio, complejo y sofisticado solo tienen que abrir la boca y unir, así, la arrogancia extrema y la extrema humildad que supone ser uno mismo. Dámaso no busca complicar lo sencillo; tampoco simplificar lo complejo. Creo que él lo ve todo a la vez, su creatividad no tiene fases, es holística, como cuando Beethoven escribía desde la sordera o, mejor aún, como cuando Miguel Ángel esculpía el ‘David’ eliminando el mármol que le sobraba a la figura de dentro del bloque. El exceso de barroquismo convierte la vida en una afectación pueril y repugnante. La desmesura en la contención nos lleva a un encorsetamiento insoportable. Contra ambos vicios, Dámaso es Morante: el pellizco de la inspiración sobre la base más clásica.
(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 24 enero de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).