A la esquina del Savoy y de la historia viene a morir un frío negro de coristas, matones y bailarines que acompasan su danza narcótica y que empañan las gafas del barman y del porvenir como una embolia. El portero se pelea con el último borracho, un hombre que en la maleta cargaba la madera para su propio ataúd. Se ve que algunos ya nacen buscando la salida. Mientras tanto, Larry, ajeno a la escena, toca en el piano aquella melodía olvidada. Tiene tantas ganas de huir que, en el atril, en vez de partitura tiene un billete de tren. Pianistas, barmans y cronistas tenemos algo en común. Quizá sea el dolor de espalda, quizá las noches en negro. Una vez me dijo otro reportero, Chester Newman, que el Savoy es refugio de políticos solitarios y de escritores de discursos en busca de clientes. Y lo mejor es verlos aquí, en su hábitat, como a las hienas y a los leones el día de puertas abiertas en el zoo del condado. Al fin y al cabo, sospecho que la literatura hace menos daño que los psiquiatras y con lo que te ahorras te da para la tercera copa, que es una manera como cualquier otra de separar la segunda y la cuarta. He venido para verlo con mis propios ojos y para sobrevivir a la vez a algo horrible y memorable, pero la noche se me cae encima como un camión cargado de plumas. Y en las circunstancias más inesperadas un hombre puede cometer la estupidez de precipitarse y optar la decencia. Ante ello solo cabe una opción que es invocar la cobardía, una luminosa cobardía que te empuje a retroceder y beber junto a Sony Sweet Sullivan, un boxeador que hace años que ya no pelea. 

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 16 de febrero de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).