En la Gran Vía, un asturiano, un argentino, un argentino-asturiano, un asturiano-argentino, poco importa el orden cuando el resultado es Jorge Fernández Díaz, que tiene poca pinta de estibador de Mieres y bastante de párroco postconciliar, de franciscano de los de la Recoleta, que silba ‘Paxariños’ mientras riega los narcisos para salvarlos y los dogmas para ahogarlos, con media sonrisa a la vista y, en la espalda, un revólver de reportero que no funciona porque, en realidad, tampoco sirve para nada. La vida nos enseña que, cuando las cosas se ponen feas, lo primero que se pierde es la verdad. Y entonces siempre hay una pistola más grande. Y una mentira más lenta. Y contra eso no se puede hacer nada excepto seguir contándolo todo, ya sea contra los Kirchner de antes o contra los de ahora, que se apellidan Milei y que mienten igual, pero con flequillo. Larra dijo que escribir en Madrid es morir. Pero escribir en Buenos Aires es matar. Y, para ello, conviene llegar al final del día vivo.

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 1 de marzo de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).