
En el número ocho de la calle Colmenares nació Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset y una de las mentes más preclaras de la filosofía española contemporánea. Por si les puede la curiosidad, les ahorro el viaje: el edificio es el de Campus, discoteca de grato recuerdo para varias generaciones de pucelanos entre los que me hallo. Marías recuerda que aquella casa tenía un gran patio que, entiendo, debe corresponder con el espacio de lo que después sería la pista de baile, esa en la que bailábamos ‘lentos’, pongamos que ‘It Must Have Been Love’. Entre otras muchas cosas, Marías llegó a ser premio Príncipe de Asturias, que no parece poca cosa. Por supuesto, y para no faltar a la tradición local, en Valladolid no consideramos que este señor sea lo suficientemente importante como para homenajearlo con una humildísima placa en el lugar en el que vino al mundo, no vaya a ser que alguien se entere. Yo prometo que un día voy a salir de noche, con el rostro oculto bajo una capucha negra, como los grafiteros, y al día siguiente la ciudad va a amanecer con placas hasta en el lugar en el que Rosa Chacel –cuya residencia en Núñez de Arce también nos da exactamente igual– tomó su primer café con leche.
(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 6 de marzo de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).