
La película es soberbia, pero eso ya lo saben. Salí del cine caminando como si Fuencarral fuera Jones Street y alguien fuera a sacarme una foto desde el suelo de Quevedo para ponerla como portada de ‘The Freewheelin‘. Así que me subí los cuellos del abrigo, metí las manos en los bolsillos y comencé a caminar despacio y con la mirada artificialmente perdida, no sé si como un rockero o como un torero, pero, en cualquier caso, como una estrella con aire desairado y las gafas de sol puestas, lo que no deja de ser ridículo cuando no solamente es de noche, sino que, ademaás, llueve. Pero aquel marzo llovía en Madrid, llovía desde hacía días y ya me dirán que tipo de estrella no es capaz de mantenerse en personaje solo porque caen cuatro gotas en el Manzanares, que, en mi cabeza, ya era afluente del Hudson. Pensé en comprarme una Triumph Tiger y conducir cuatro horas hasta Rhode Island para llegar a Newport. Quizá en ir a buscar a Joan Baez al Gerde’s Folk City, entre la Sexta y MacDougal o, por qué no, visitar a Woody Guthrie en el Hospital Estatal de Greystone Park. En cualquier caso, quería hacer cosas extraordinarias, cosas verdaderamente genuinas como, por ejemplo, encontrar mi propia voz en medio de la noche y romper, sin buscarlo, el esquema tradicional de escritura en periódicos.
(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 23 de marzo de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).