En el Thyssen, a catorce pavos, ‘Proust y las artes‘, una exposición que pretende mostrar la importancia de las artes en la literatura de Marcel Proust, pero que se queda en una sucesión algo apelotonada de cuadros impresionistas y de escenas del París de principios del siglo XX. Aunque es posible que esté exagerando: en la expo hay más que eso. De hecho, no está mal. Y ahora que releo el folleto creo que quizá no le haya sacado todo el partido, pero, desde luego, no pienso pagar otros catorce euros para comprobarlo. Y, aunque así fuera, creo que seguiría faltando algo. Y también sobraría. Lo que falta es ‘storytelling’ y lo que sobra es gente. Empezando por lo último, es insoportable ver una exposición junto a tantas personas. Sobre todo, si hablan a esos volúmenes, que parecía que estaba viendo aquel cuadro de Madrazo junto a María Jesús Montero. No sé qué ha pasado para que hayamos dado por hecho que en los museos se puede hablar como si estuviéramos en la pescadería. Y no precisamente los más jóvenes, por cierto. Y siguiendo con el otro punto, falta ‘storytelling’, relato, hilo argumental, itinerario, una explicación más trabajada de las influencias de la pintura en la literatura de Proust para no quedarnos en la mera colección de escenas parecidas y de coincidencias artísticas en el espacio y en el tiempo. Aun así, salí con París en la cabeza, el París burgués de los colores pastel, los salones aristocráticos, los círculos cultivados y las clases altas decadentes a las que Proust primero psicoanaliza y después entierra.

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 6 de abril de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).