
Creo que no existe un misterio mayor que observar un madero solitario por el medio de la ciudad. Es un madero sin adornos, elevado sobre iris morados y bajo los almendros de la calle Tres amigos. Por encima de ello, el frío de toda una vida. Y por encima de ese aire gélido, un cielo extraño y un sol que no ilumina. En realidad, tampoco hay nada que iluminar, el mundo está en pausa, esperando a que suceda aquello que lo cambiará todo. Hay algo de distopía por Reyes Católicos, algo de olor a río muerto –a río tártaro– y de escena lovecraftiana, como si estuviéramos en el amanecer posterior al fin del mundo, como si todo hubiera acabado y solo se hubieran salvado ellos, los Franciscanos, custodiando la nada más absoluta hasta que Dios llegue para salvarnos.
(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 18 de abril de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).