El rostro del Papa no muestra ya signo alguno de vida. Desde esta perspectiva incierta, si uno consiguiera mirarlo durante más de cinco segundos podría llegar a pensar que quizá nunca la hubo y que todo lo que recuerda es un espejismo, aquella bendición de Pascua, sus palabras sordas, el más bello canto del cisne. Tal es la lejanía que apenas recordamos la luz yendo a morir en su rostro. También es cierto que para pasar más de cinco segundos sin moverse delante de Francisco usted debería vérselas con la Guardia Suiza, que es quien se encarga de que nadie pueda detenerse delante de él, ni siquiera para comenzar una tímida y brevísima plegaria. Pero no solamente a ellos. Quien quisiera santiguarse y decir «gracias» tendría que sortear a dos o tres grupos de monjitas asiáticas, que andan por el Vaticano grabándolo todo con el móvil como si, en lugar del cuerpo del Santo Padre, estuvieran pasando por delante de ‘Los Girasoles’. Y ni siquiera eso, creo recordar que cuando estuve en la National Gallery pude pasar un par de minutos observándolo y abriéndome hueco entre cientos de cámaras chinas.

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 26 de abril de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).