Cuando volví de Roma tras cubrir el funeral de Francisco, me pasó algo parecido a cuando volví de Londres tras la muerte de Isabel II o de Wembley tras contar la última Champions del Madrid. Estás fuera de tu país, absolutamente solo -el aislamiento entre la multitud es el mejor amigo del cronista- y con un trabajo encomendado: ser los ojos del lector. Pero uno no se conforma, y quiere ser también el olfato, el tacto y el corazón. Eso te lleva a generar un estúpido pensamiento mesiánico, y el trabajo deja de ser trabajo para convertirse en una misión vital. Vives para ello durante veinticuatro horas, de modo obsesivo, y no existe otra cosa. La burbuja te da lo que necesitas, pero a cambio te quita el resto. Y te metes donde no debes para escuchar lo que no entiendes y mirarlo todo como si fuera la primera vez y el mundo no hubiera descubierto aún los adjetivos.

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 11 de mayo de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).