Es la tercera vez que leo ‘La piedra blanda’ intentando averiguar de qué va. Y no hay manera. He intentado buscar una de esas conexiones que, ‘a posteriori’, todo el mundo encontrará evidente, pero aún no he visto ninguna otra reseña publicada, por lo que no puedo unirme al consenso para parecer más listo de lo que soy.  Es curioso con qué facilidad nos situamos en el centro de la campana de Gauss para protegernos y cuánto cuesta ir a pecho descubierto, con la verdad por delante y jugándose la femoral. Pero no me queda otra, así que descartadas—creo— las obligadas conexiones con la ‘Ilíada’, con Gregorio Samsa y con Jesucristo, supuse que podíamos encontrarnos ante una metáfora, ante un juego a través del cual el autor quiere decirnos algo muy sesudo que solo algún crítico con ‘Cahiers du Cinema’ bajo el brazo y gafas para la presbicia habrá sabido descifrar y que, para el resto, resultará facilón e incluso manido. Pero tampoco. Y, al final, creo que opto por abrazar la nada. ‘La piedra blanda’ no va de nada, no quiere decir nada y no esconde nada. 

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC Cultural el 17 de mayo de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).