
Se ha puesto de moda el decadentismo, hijo del romanticismo y de la nostalgia, los peores padres que uno puede tener teniendo en cuenta su tendencia a convertirse en Saturno y deglutirte. Si logras sobrevivir, nostalgia y romanticismo se convierten en nacionalismo, que es el otro nombre que tenemos para la hemofilia. Y como el resto de animales mitológicos, el decadentismo crece en la distancia. De cerca lo único que crece son las dioptrías, las arrugas y los pelos de las orejas. Por eso, a medida que el tiempo avanza y nos vamos alejando del evento, el recuerdo comienza a llenarse de una bruma que desdibuja la realidad para emerger transformada en otra cosa. Esa cosa es la literatura, que es el arte de recordar mentiras jurando que son ciertas. Cambiamos los contornos de los recuerdos, los distorsionamos con la niebla del tiempo y llenamos los vacíos del sentimiento, que convierte el ‘non finito’ en ‘sfumato’. No describes ya lo que viviste sino lo que aquello te hizo sentir, que es como llenar la bruma de fuego, de esas llamas transparentes que surgen del gas y que hacen que lo observado se distorsione y baile en la refracción.
(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 20 de julio de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).