
Te interesas hoy, querido amigo, por el español viajero, por ese ejemplar que rehúye de las piscinas y de las playas de nuestra piel de toro y aprovecha el verano para que sus hijos viajen por el extranjero. Supongo que en Sheffield no hay demasiado turista español y por eso no eres capaz de reconocerlos, pero te advierto que no es complicado.
Antes de empezar, hemos de diferenciar al español que viaja por trabajo del que viaja por placer. El primero mantiene con el destino una actitud de distancia, de frialdad, casi de desprecio. A lo mejor se hospeda justo encima del Arco del Triunfo, pero eso no le parece suficiente motivo para abandonar el hotel y bajar a verlo, porque quiere dejar claro que él está trabajando, que no es un dominguero. Pero, sin embargo, si ese mismo español fuera a París con su familia dedicaría un par de horas a ver ese mismo monumento y a hacerle fotos con pericia de entomólogo. Es una cuestión de punto de partida, de predisposición a la pachanga. Cuando el español hace turismo se le activa una glándula secreta, una especie de hormona que le obliga a comportarse de un modo muy particular.
(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 24 de julio de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).