Cuando el concierto terminó, fui al servicio. Como suele pasar en este tipo de eventos, la cola para el de chicas ya llegaba al término municipal de Coslada, pero en el de chicos era inexistente. Es increíble observar con qué facilidad se organiza el sexo masculino, con qué pericia se desenvuelve en situaciones como esta. Hay un punto marcial, algo que nos lleva a actuar como una unidad, como un enjambre o un hormiguero, con diligencia extrema, disciplina soviética y un plan de ahorro de tiempos como de tesina de ingeniero industrial. Yo entré al baño el primero y ocupé el segundo urinario de los cinco que había en la pared. El segundo compañero que entró se puso, evidentemente, en el cuarto; hay una especie de ley no escrita entre hombres que nos obliga a dejar un espacio libre entre varones que orinan. El tercero que llegó se colocó en el primer lugar, es evidente que no tiene sentido ponerse en el urinario del medio para tener a dos tipos a los lados, con sus respectivos miembros en la mano, cuando podrías tener solo a uno. Un tipo, no un miembro. Que también, claro. Y con la misma lógica, el cuarto que entró ocupó el quinto puesto, por lo que el último se tuvo que conformar con el del medio, que es el peor. Pero así son las cosas.


(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 3 de agosto de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).