
El agua y la tierra de Valencia contra el fuego y el aire de León. Dos catástrofes, cuatro elementos y un único drama, el de la naturaleza dejando claro quién manda y el de las administraciones dejando claro quién no. Con un matiz: en Valencia no había pirómanos del agua, que ni siquiera sé cómo se llaman -puede que hidrómanos- porque lo más probable es que la tara ni siquiera exista. No existe el vandalismo hídrico ni los inundadores compulsivos. O al menos no me consta. Pero sí existe la macarrada diaria entre administraciones que, cuando llegan los desastres -porque siempre llegan-, demuestran que no actúan desde la lealtad y el servicio, sino desde la triste inquina de unos psicópatas cejijuntos.
La ciudad de León está negra. Llueve ceniza, el cielo está naranja y dicen los que han pasado cerca que el calor que despide el fuego se nota desde lejos. Hay un miedo atávico. Aprendí de Higinio Marín que cuando el hombre aprendió a utilizar el fuego creó un espacio que no existía, «el adentro a salvo, el interior en sentido propio». Hasta entonces todo era exterior e intemperie «y ni siquiera las cuevas eran habitables porque su interior era el de la noche y el invierno perpetuos. Pero cuando el fuego espantó a las bestias domesticó el espacio, es decir, convirtió el adentro en hogar, que no por casualidad significa el lugar del fuego». El fuego, como vemos, nos fijó al espacio y dejamos de ser nómadas. No deja de resultar triste que el mismo fuego que define el hogar sea ahora el que lo destruya.
(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 15 de agosto de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).