No deja de resultar paradójico que el fuego fuera a abrasar uno de los puntos más fríos del país. Porque en Porto hace frío de verdad, no es un frío amable ni romántico como el de los cuentos alemanes: es un frío extremo y desolador. Este martes, aún en verano, la mínima no superará los cinco grados. Imagínense en lo más crudo del invierno. Para llegar hay que iniciar una ascensión de treinta kilómetros que tardarán en recorrer tres cuartos de hora si el conductor es de la zona, algo que les recomiendo encarecidamente. Porque si no lo es, mejor que ni lo intente, yo no he estado nunca más cerca del infarto que en la ZA-102, comarcal de alta montaña que se convierte en OU-124 en el embalse de Pías, detenido ante un poste de luz que se desplomó por una tormenta y que nos sumió en una oscuridad que bailaba una conga con mi vértigo. Allí estuvimos parados un par de horas, que nos sirvieron para ver pasar por delante jabalíes, ciervos y un resumen de mi vida cuando escuché el aullido del lobo, que, si no lo han escuchado, les adelanto amarillo, cruel y lindate con el terror.

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 7 de septiembre de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).