AHÍ la tienen, de grana y oro, Giorgia Meloni, Giorgia que no arde, Giorgia de cera y bronce, con su melenita de profesora penene, su moral de mercería, su sonajero ideológico y su lirismo de opereta, proyectando nanas tristes, nanas muertas, nanas de la cebolla de Miguel desde Torrijos, ante un auditorio de bebés-alondra que aplauden, también muy serios, como las foquitas de Cabárceno a los cuidadores que les tiran sardinas pasadas desde el fondo de un cubo sucio, con los ojos hundidos –Giorgia– y la cabeza colgando –las sardinas–. Se ha viralizado su discurso en la ONU como se viralizan los discursos del portero en el vestuario de un equipo de Segunda.Meloni afirma, muy seria y muy rubia, que nación «significa más que un lugar físico, un estado mental». Y aplaude el cafrerío, sabedor, sin duda, de las consecuencias de la sumisión del individuo a la comunidad espiritual con la que Giorgia, primera de su nombre, pretende situar el mito por encima del debate democrático y de la propia Ley.

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 4 de octubre de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).